El tiempo ausente

La novela El tiempo ausente abre para nosotros un mundo que se ubica entra la realidad y la fabulación, San Miguel, ciudad tan imaginada como vivida y situada en pleno desierto peruano. En ella, cuatro amigos comparten sus sueños y sus fracasos, entienden la vida como algo que puede cambiar de la noche a la mañana, mientras desgranan sus aventuras y renuevan sus esperanzas en las tertulias nocturnas que celebran en la bodega de uno de ellos. Allí también se encuentra Esteban, nieto del bodeguero, pero cuya crianza aprenden a compartir, y Silvia, su madre. Para todos ellos, el tiempo cobra otro sentido, pareciera que no pasa y, al mismo tiempo, que pasara demasiado rápido. Es el tiempo ausente, la cantidad enorme de años en que Santiago, padre del niño, tarda en regresar, cuando ya nadie esperaba que lo hiciera. Mientras aquello no sucede, el niño lo escucha todo y todo lo aprende. Con las historias que escucha va creciendo también su fe en unos mayores cansados de tanta espera, que encuentran en su imaginación los últimos resortes de su ilusión. El nieto compartido crecerá lo suficiente para saber que las historias verdaderas o no comienzan a suceder o no terminan de acabar pues, ¿no viven acaso dentro de nosotros quienes se fueron?, ¿no quedan para siempre sus recuerdos y después de nosotros los recuerdos de nuestros recuerdos, en otros? El pasado nunca pasa, pero si ocurriera, quisiéramos que lo hiciera como lo hemos recordado; si acabara, aún veríamos en su espalda la huella de nuestra mano.